CHARCO
plano, dejando su legado y descubriendo, a través de la obra “Las venas abiertas de América Latina”, toda opresión de un pueblo por cuenta de los intereses del capital internacional.
El pensamiento social de Galeano parece no ser bien visto por el conservadurismo académico brasilero. Tal vez por motivos obvios. Galeano no tiene el perfil del intelectual que resguarda su deleite en el número de publicaciones en su currículum. Galeano tenía otra misión: abrir nuestros ojos a la desigualdad social que agonía a América Latina. Su lenguaje era poético. No era masacrante, duro, lleno de erudición, desconectado de nuestra realidad, con fuente Arial 12 y sangría de 4 centímetros a la izquierda -a pesar de que sus reflexiones estuviesen a la izquierda (para no perdernos el jueguito de palabras infame). Ese es el motivo que hizo que Galeano fuese relegado a la periferia de las Universidades brasileras. Esa que, por otro lado, prioriza mucho más los títulos (la propia mercantilización de la investigación, calcada de la producción fordista en serie) que una obra-prima digna de lectura obligatoria y respeto, como las obras de Galeano.
Brasil parece estar un tanto aislado de la realidad del pueblo latinoamericano. La verdadera historia de la colonización europea, en suelo latino, siempre nos ha sido oscura. Pero con las palabras de Galeano, a mediados de la década de 1970, fue posible romper con esa frontera entre el “nosotros brasileros” y el “ellos latinos”. Galeano nos marcó la identidad latina de forma singular. Sus palabras tenían el objetivo de unificar la historia del pueblo de América Latina, abriendo espacio para que pudiésemos conocer otras alternativas de lectura que enfocasen la crítica al proceso de internacionalización del capital en nuestras tierras y la desarticulación política y social -principalmente por medio de golpes militares, financiados por el gobierno norteamericano en las décadas de '60 y '70 del siglo XX- de nuestro continente. Tal vez sea por esto que no es bienvenido en algunos medios, sobretodo en círculos académicos, puesto que muchos brasileros insisten en su deseo de identificarse con los habitantes de Miami city.
Mi contacto con Galeano se dio, como para muchas personas, a través de la obra que cité arriba. Esa que, por su vez, se constituyó en un manual socio-histórico-político-antropológico y cultural del pueblo latinoamericano, de suma relevancia para quien desea entender, de hecho, porqué la realidad de América Latina se diseñó tal como la conocemos contemporáneamente.
Cierto día, “mirando el mar”, en uno más de aquellos veraneos familiares en 2012, conjuntantemente con aquel que considero mi mejor amigo y compañero, con el cual compartimos secretos y algunas cifras musicales, decidimos hacer un viaje para Uruguay y Argentina, por aproximadamente 20 días. Fue ahi que me hice la siguiente pregunta: ¿qué libro podría llevar para acompañarme en un viaje como este?
Era una mochila pequeña, de esas que llevamos para la escuela. En ella cabían cuatro calzoncillos, dos bermudas, un abrigo fino, cuatro pares de media, una toalla, un cepillo de dientes y un desodorante pequeño. De hecho, nuestro viaje era de austeridad. Sin muchos gastos y sin mucha ostentación en el equipaje. Pero yo tenía que encontrar espacio para tal libro. Pero, ¿qué libro llevaría, pensé nuevamente? Y ahi que me indagué: si voy a conocer dos países de América del Sur, porqué no cargar conmigo el Galeano en la mochila? Tal vez ahi, enrollado en las bermudas, él quedaría bien protegido del sol y la humedad, puesto que él tenía ya sus 71 años.
Fue entonces que llevé conmigo “Las venas abiertas de América Latina”. En cada lugar que parábamos, hojeaba algunas páginas, leía trechos que me llamaban la atención y asi fui conociendo un poco de la realidad del pueblo latinoamericano. Galeano era simétrico y didáctico. Sin pudores académicos, descubría las verdades económicas, sociales y políticas más dolorosas que impidieron la integración de América Latina. Galeano, en esta obra, no escatimó adjetivaciones al imperialismo norteamericano, tampoco a la especulación (explotación y expropiación) del capital internacional en tierras latinas.
Confieso por la primera vez que, al quedarme diez días en Uruguay, siendo siete en Montevideo, siempre esperé toparme con Galeano en algún café en la “Ciudad Vieja”, o en la puesta del sol en la Rambla. No realicé esta hazaña, pero volví con el equipaje más lleno. Lleno de cultura, lleno de utopías, lleno de esperanza, lleno de abrazos, llena de espejos, en fin, llena de Eduardo, llena de Galeano.
colaboración de Gabriel Coelho (Rio Grande, Brasil)
de los encuentros con Galeano
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Cuando pensamos en escritores, pensadores o, mejor aún, “sentipensantes” como a él le gustaba llamarse, que contribuyeron a la integración latinoamericana y a la formación de izquierda de dos o más generaciones de “subversivos”, ¿cómo no traer al escenario de los pensamientos a Eduardo Galeano?
El viejo uruguayo -que siempre ilustró las utopías de aquellos que buscan, constantemente, un mundo mejor y más justo, una América Latina descolonizada y libre de las directrices imperialistas- partió para otro