CHARCO
Capitulo 1: Juicio y Castigo, a tres años de la dictadura del horror
Salimos. A los tropiezos, con la vergüenza de una guerra absurda que pretendió devolvernos argentinidad. Si la dictadura militar inventó una guerra injusta para tapar otra cosa, pues entonces lo que sucedía en Argentina debía ser mil veces guerra, mil veces muerte.
Salimos con la consciencia de haber enviado a la muerte a nuestros hijos disfrazados de soldados. Salimos, pero 650 quedaron en Malvinas, y otro tanto ya no quiso vivir al volver (aunque no habían vuelto. Nunca se vuelve de una guerra).
Era 1983, y salimos. Con 30.000 menos de los nuestros, con hambre, con miedo, sin nietos, sin hijos, sin padres. Huérfanos, castrados políticamente, pero salimos.
Y ellos salieron también. Por la puerta de atrás, con el uniforme sucio, oliendo a podrido. Salieron con vergüenza, y nos dejaron el horror, nos dejaron la bolsa con sus heces. Sus heces, adentro de nuestras casas, en la heladera. Heces oliendo en todas las veredas, cocinándose al sol.
Era 1983. Habíamos entendido, y todos salíamos a la calle a echarlos del poder, a pedir que nos devolvieran el país, lo que dejaron de él. El 21 de septiembre se hacía la tercera marcha de la resistencia, exigiendo el fin de la dictadura miliar en Argentina. El “Siluetazo” se le denominó a esta marcha, donde miles de argentinos, familias, amigos, compañeros de los desaparecidos, dibujaron siluetas a tamaño real y con ellas empapelaron Plaza de Mayo y alrededores. De esta manera comenzaba a hacerse visible lo invisible, la mugre que las dictaduras esconden abajo de la alfombra.
Con la herida abierta de los secuestrados, de los torturados que soltaron y de los torturados que nunca volvieron de los campos de concentración, con la vergüenza de 650 pibes muertos por nada en Malvinas, con una deuda externa cuatro veyes mayor que antes del Golpe, con una copa del Mundo de cartón, jugada y ganada en Argentina, salimos.
Vuelven las elecciones luego de los ocho años que duró la dictadura, y Alfonsín nos aclara que “con la democracia se come, se cura y se educa”.
Primero nos muestra que para madurar como país no se puede perdonar, ni se puede olvidar. Deroga la ley de autoamnistía que, convenientemente, los propios militares inventaron antes de escabullirse como ratas. Claro, ellos mismos se habían perdonado, asique todos debíamos hacerlo también.
Era 1984 y se crea la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) para investigar, para buscar la verdad, herramienta fundamental para la memoria del pueblo. Se investigaron los crímenes cometidos por las tres juntas de la dictadura. Tales crímenes no son (solamente) robo de celulares o billeteras. La inseguridad provocada por los militares consistió en torturas, secuestros, asesinatos, violaciones, genocidio y, aunque todavía no se sabía, incluyó también robo de bebés. Finalmente se publica el libro “Nunca Más”, el informe de dicha investigación donde figuran 9000 casos de desaparición forzada de personas. Al año siguiente cinco de las cabecillas militares fueron condenados a penas que iban de cuatro años a la prisión perpetua. Los nombres son para no olvidar: Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini y Orlando Ramón Agosti.
Este juicio a las Juntas, a sólo tres años de distancia de una historia de horror y muerte, constituye un antecedente imborrable en nuestra historia. Aunque el juicio y castigo no duraría mucho por las fuertes presiones de los milicos, podemos decir que existió una justicia que, alguna vez, actuó rápidamente en condenar a los militares asesinos y responsables de un período negro del país y de la región, que actuaron en complicidad con los EE.UU y con el resto de los gobiernos militares impuestos en Latinoamérica.
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